lunes, 6 de octubre de 2008

SOMBRAS Y NIEBLA - CAPITULO 3

MRA
CAPITULO 3
= LA BODA =

Había muchísimas flores adornando la catedral de San Patrick, la más hermosa de New York, el día en que Annie Britter y Archiebald Cornwell se casaron. Fue la celebración más lujosa del año y a la que más gente asistió. Los trajes de moda vestían a las damas que habían venido tanto de Chicago como de todos los rincones del país, ya que tanto la familia Andley como los Britter, eran muy conocidos y todos querían quedar bien con ellos. Si hubiera habido familia real en Estados Unidos, seguro habrían asistido a esta boda.
Rostros de jóvenes felices, rostros de jóvenes y viejos envidiosos, rostros viejos sorprendidos por el libertinaje de los nuevos atuendos, niños deseosos de correr por los pasillos, pero firmemente aferrados a las manos de sus madres o tutores, todos atentos a la entrada de la gloriosa novia y su cortejo.
Fue como si se abriera el cielo y entraran ángeles a la iglesia, o al menos eso pensó Archie cuando entró la novia y la luz del atardecer cayó sobre su blanco y esplendoroso traje, haciéndola parecer que tenía alas. Aunque su rostro estaba cubierto por un velo, él sabía que Annie lloraba de felicidad y su corazón se estremeció de gozo cuando ella llegó a su lado y el Sr. Britter formalmente se la entregó.


Mil imágenes pasaron por su mente, de sus años en el colegio, cuando una apenada Annie se mantenía siempre al margen cuando él y Stir se disputaban la amistad de Candy. La primera vez que la escuchó hablar se sorprendió de que tuviera una voz tan dulce, de que siendo amiga de Candy, la niña traviesa, fueran tan diferentes. Tiempo después cuando descubrió que fueron criadas juntas en un hogar, se sorprendió aún más. Su Annie era muy hermosa, pero su mayor virtud era que su alma era pura y su corazón dulce. La amaba tanto que se concentró sólo en ella, motivo por el cual ni se enteró de lo que todos comentaban.
Después de ver pasar a la novia, lo que todos se sorprendieron de ver fue a las damas. Una morena muy delgada que aunque usaba gafas, derramaba lagrimas silenciosas, caminando firmemente cogida de la mano de una exuberante rubia con los ojos vidriosos también, pero sonriente y muy derecha.
Ambas lucían sendos trajes que las hacían parecer el cortejo de una reina y los cientos de miradas se preguntaron quienes serían esas dos hermosas damas de la novia. Pero los murmullos fueron acallados cuando la voz del cardenal anunció el inicio de la ceremonia.
Muchos de los asistentes, en su mayoría los jóvenes, se dijeron que en la fiesta de recepción harían hasta lo imposible por averiguar la identidad de las dos chicas.

Dos horas más tarde, Candy animaba a Patty y a Annie que no dejaban de llorar de felicidad y con lo tarde que era, ya debían alistarse para bajar al salón del hotel que habían alquilado para la recepción.
-Sra. Cornwell...- llamó una muchacha desde la puerta, dirigiéndose a Annie y Candy soltó la carcajada al tiempo que le indicaba a Annie que era a ella a la que llamaban, porque ella había puesto una cara muy cómica.
-Se lo envía su esposo, Sra. Cornwell...- le dijo la chica de servicio y le entregó a Annie un estuche.
Esta lo miró con una sonrisa de medio lado, lo mostró a sus amigas, se enjugó las lágrimas, respiró hondo y al final, lo abrió. Las tres amigas retuvieron la respiración cuando vieron que lo que contenía el estuche era una gargantilla de diamantes.
-Oh, Annie, si es la...-empezó Candy

-La gargantilla de su madre...-concluyó Annie, volviendo a llorar, incontrolablemente, de felicidad.
-Vamos, Sra. Cornwell, no lloré más- la animó Candy, abrazando a su hermana, pero aunque ella estaba sonriendo, por dentro también quería llorar, pero no lo hacía porque no se sentía capaz. Levantó la vista y miró a Patty, también luchando con las lágrimas, pero sonriéndole. Cuando ésta se acercó, las tres amigas se abrazaron y poco después, ayudaron a la novia a retocar su maquillaje por tercer o cuarta vez y se prepararon para bajar a la recepción.
Momentos más tarde, mientras caminaba del brazo de Archie, Annie se prometió a sí misma, que ahora que era la Sra. Cornwell era ya momento de que dejara de llorar por todo, pues era momento de disfrutar de su felicidad. Ni que decir que su flamante sonrisa despistó a más de uno, incluido su marido, aunque a éste no podía parecerle más hermosa.
Como era lo acostumbrado, la pareja de novios inició el primero de los muchos valses de la noche, después de lo cual se les fueron uniendo otras parejas.
Para cuando Candy y Patty, flanqueadas por Albert, caminaban a un lado de la pista, ya todos sabían que se trataba de la joven Candice White Andley, prima del novio, y la Srita. Patricia O´Brian, heredera de una de las mejores familias de Florida, pero sobretodo, que ambas estaban solteras y sin compromisos.
A los pocos minutos de que Albert las dejara solas, pues fue por unas bebidas, los jóvenes se amontonaron para hablarles y pedirles un vals. Candy les respondió por las dos, entre risas divertidas, que su primer vals ya estaba dado, pues Albert se lo había pedido, pero que Patty claro que si, aceptaba… a lo que Patty, ruborizada, no pudo negarse y tomando la mano de un chico rubio, caminó hacia la pista, sorprendida de la reacción de los chicos, pues nunca antes le había pasado semejante cosa.
Candy se alegró por su amiga y tuvo que hacer un esfuerzo por no reírse de la insistencia de estos jóvenes que se disputaban el segundo, tercero y cuarto vals con una y con la otra, por lo que agradeció que llegara Albert a rescatarla.
Este la tomó de la mano y la llevó al lado de la tía-abuela Elroy, quien le advirtió en voz baja pero firme, que no permitiría semejante demostración de libertinaje y le pidió a Albert que a partir de ahora, no se separara de Candy, y por añadidura, de la chica O’ Brian, a quien su respetable abuela nunca debió de dejar venir sola a la boda, porque… bla… bla.. bla…
Candy dejó de escuchar a la tía abuela porque entre los invitados creyó reconocer un par de ojos azules que la observaban de lejos, y cuando se concentró, le pareció reconocer el rostro también… y su corazón le dio un vuelco, comenzó a temblar y de no ser porque Albert la condujo a la pista, se habría quedado ahí parada como piedra.

-Candy? ¿Haz escuchado lo ultimo que dijo la abuela?-le preguntó Albert, poco antes de que comenzara la música, viendo que ella estaba distraída.
-¿eh?- reaccionó ella y tuvo que admitir que no.
-pues dijo que ni tu ni Patty podían bailar con nadie más que conmigo esta noche, a menos que el joven le pidiera permiso a ella, y en caso de que ella lo aprobara, talvez… ¡Candy! ¿me estas escuchando?
-¡eh? ¡Ah, si!
-No es cierto… dime ¿te pasa algo?
Candy sonrió y le aseguró que nada. Antes de que Albert pudiera decir más, el vals comenzó y empezaron a bailar.
Como si las palabras de la abuela Elroy hubieran sido escuchadas por todos, (o talvez porque fueron muy obvias sus miradas) al poco los jóvenes que habían pedido bailar con ellas, se presentaron uno a uno ante la tía abuela. Esta les gruñó a algunos, apenas asintió a otros y para sorpresa de algunos, les sonrió, aunque no les prometió nada. La vieja había asumido que era el momento de conseguirle marido a Candy, y porque no?, de pasada ayudaría a esa chica O ‘Brian también.

Un vals tras otro, Candy bailó con Albert y Patty con el mismo chico rubio, quien se había decidido a no dejarla escapar, después de escuchar los rumores de la matrona que regía sobre el derecho a bailar con ella. Aunque el joven era muy simpático y no dejaba de hablar de sí mismo y de las extensas propiedades de su familia, a Patty no le agradaba mucho, no dejaba de preguntarse que hacían él y todos sus amigos en un baile como aquel cuando se les necesitaba en el frente de batalla.
Sin embargo, al final de una pieza, y bajo la amenazante mirada de la tía abuela Elroy, Patty se armó de valor para decirle que debía descansar, que muchas gracias por el baile. Entonces él, que se llamaba Joseph Stuart, le suplicó le permitiera escribirle ya que el día de mañana, junto a algunos de sus compañeros, se irían a la guerra…
A Patty se le llenaron los ojos de lágrimas y asintió, luego de lo cual salió casi corriendo hacia el patio interior.
De haberla visto, Candy habría corrido tras ella, pero ella vivía su propio tormento, ya que en repetidas ocasiones había vuelto a ver esos ojos inconfundibles que la miraban entre la gente y la estaban poniendo muy nerviosa. No dejaba de repetirse que no podía ser, que él no podía estar aquí, y de ser así, en todo caso estaría acompañado de su esposa.
Era por esto que agradecía no poder bailar con nadie más, porque con Albert se sentía muy segura. Y este parecía complacido también, ya que no parecía tener interés en dejarla libre. Solo en una ocasión le preguntó si estaba cansada y ante la pronta respuesta negativa de Candy, no volvió a preguntar.
Llevaban poco más de una hora bailando cuando anunciaron que por petición de los novios la siguiente media hora sería de vals de intercambio de parejas. Fue entonces cuando Candy dudó, pero Albert, quien por un momento se había distraído mirando hacia un lado, hizo como que no le entendía e inició el baile, Candy se resignó y lo siguió. Así, al momento preciso y después de un giró, Candy cayó en brazos de otro hombre, un señor muy viejo que le sonrió y al que ella, por amabilidad primeramente, devolvió la sonrisa. Luego, cuando descubrió que él era medico su interés creció, pero apenas empezaba a decirle que ella era enfermera, cuando otro giró la devolvió con Albert. Así se pasó un buen rato, con el ritmo del vals, pasando a un par de parejas distintas y luego volviendo con Albert.
Candy nunca había bailado así, pero le pareció muy interesante, aunque sentía la mirada reprobadora de la tía abuela y casi todos los mayores, ante este nuevo baile, le encantó la novedad… hasta que en el último giro, Albert la mandó hacia los brazos de Terry.



Sorprendida, Candy se detiene a mirarlo, interrumpiendo el siguiente movimiento. Lo ve sonreír, inconfundible sonrisa, y lo escucha hablarle:
-¿No bailas, pecosa?…- esa voz..- le pediría permiso a tu abuela, aunque ya cuento con el de Albert, claro… pero, ¡vamos, pecosa! ¡Bailemos o todos se enfadaran con nosotros! – y la toma por el talle, comenzando a bailar. Ella lo sigue, inmutable, moviéndose por instinto, más que por conciencia, pues esta temblando.
Aunque no consigue hablar, por la mente de Candy, casi en sombras desde que el apareciera frente a ella, surgen un par de ideas: “¿que hace Terry aquí? Albert estaba al tanto, claro… pero, ¿porque sigue llamándome pecosa? ¿y donde esta ella? … Oh, Dios! No lo podré resistir más…”
-¿Haz olvidado como bailar, pecosa?- lo escucha decirle al oído, cuando ella inevitablemente pierde el paso- Recuerdo que bailabas muy bien…
Esto es demasiado para ella, quien intenta soltarse de su mano, pero él la retiene.
-¡Tranquila!, ¿no querrás hacer un escándalo en la boda de tus amigos, verdad?
-¡No, pero no tengo porque seguir bailando contigo!- logra soltar ella.
–Entonces espera un poco y el vals terminara....- le contesta él, reteniéndola, y poco después así sucede. Entonces él le hace una reverencia y la deja ahí, groseramente sola en medio de la pista. Ella esta muy afectada, pero también furiosa. Así que se aleja a paso rápido hacia una de las puertas que dan al patio. Esta echando chispas y cuando esta buscando contra que desatar su furia, ve que Patty esta sentada en una banca, sola, llorando.
No puede más, se acerca a su amiga y al abrazarla, llora con ella.
Adentro, la música continúa…

Un joven rubio busca con la mirada a Patty, sin encontrarla, seguro de que ella baila con alguien más. Pero se ha quedado prendado de ella, de sus ojos tristes y sonrisa tímida.

La tía abuela Elroy interroga a Albert sobre el joven con el que Candy bailaba y este le asegura que es un joven noble de Escocia, amigo suyo. La vieja sonríe, calculadora. Ante esto, Albert sonríe tristemente.

Annie y Archie bailan en medio de la pista, felices.

Mientras esto pasa, Terry pide su abrigo y tan silenciosamente como llegó, se marcha. Solo quería verla una vez más, sabía que no podía pedir de ella más que eso. Sabía que Albert la cuidaría bien, se lo había prometido, pero necesitaba verla, quizás por última vez… porque al día siguiente marcharía a la guerra.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lindo Capitulo, Annie y Archie se casaron, Candy vio de nuevo a Tery y Paty se consigue un pretendiente.
Me gusta tu historia, tienes talento ah y GRACIAS x compartirlo!

Sombra dijo...

Gracias por comentar, a veces nacen las historias, otras veces no, pero esta la hice un poco como prueba. :)